Foro de espiritualidad de Vigo. El poder del silencio. Educación y meditación.

Nos han invitado a Shihabuddín y a mí a hablar en el Primer foro de espiritualidad de Vigo. El poder del silencio. Educación y meditación. Como nuestra participación no se grabó y hay gente que estaba interesada en ella, voy a intentar transcribir más o menos el contenido de lo que dije para compartirlo con quien pueda querer leerlo.

Vamos allá.

FORO DE ESPIRITUALIDAD DE VIGO. EL PODER DEL SILENCIO. EDUCACIÓN Y MEDITACIÓN.
Buenos días, salam aleykum. Que la paz sea con vosotros. Gracias por venir.

Los organizadores de este evento han estado guiados por una intención. ¿Habéis pensado qué intención os trae aquí? ¿Qué intención más allá de vuestra intención consciente? El sufismo es la ciencia de la purificación de la intención. ¿Por qué me subo al coche con mi marido y mis cuatro hijos y recorro en una tarde 600 kilómetros? ¿Para qué?

Santa Teresa decía que “se da más de lo que se pide si acertamos a desear”. Esta frase es bellísima. Y significa algo así como: de lo que se trata es de poner nuestra intención en consonancia con lo divino, con lo real; llegar a pedir aquello que en el fondo Dios quiere para nosotros. Armonizar nuestra voluntad con la voluntad de los Cielos. Cuando eso ocurre, nos ponemos en el camino correcto. Cuando eso ocurre, Dios nos dará mucho más de lo que somos capaces de pedir. Es decir, la respuesta trascenderá siempre la pregunta. Masallah.

Vamos a hacer un esfuerzo por afinar nuestra intención y por clarificar qué es lo que nos trae aquí.

Cuando atravesábamos en coche la ciudad de Vigo ayer por la noche, nos dimos cuenta de que era una población urbanísticamente muy compleja, confusa. Está hecha como a fragmentos, da la sensación de que no se encuentra el centro nunca, y es realmente difícil dar con el mar. Un repecho, un valle, otro repecho, otro valle. Parece como si la ciudad hubiese crecido más de lo que su naturaleza pedía. Y me pareció que esto era una señal para hablar de la confusión en la que vivimos la mayoría de los seres humanos modernos y de la necesidad que tenemos de claridad. Porque en realidad, todos anhelamos ver el mar.

Pido conexión con mi maestro, Mawlana Sheij Mehmet. Pido que traiga a mi corazón algo que merezca la pena ser dicho. Si viene, se lo deberemos solo a él. Si no viene nada valioso, entonces será que no fui capaz de conectar bien. BRR.

El místico es la persona capaz de poner a danzar los términos opuestos hasta comprender de corazón que estos también son uno. Como nada sucede por casualidad, vamos a tomar las cinco palabras con las que los organizadores han anunciado esta jornada y a hacerlas danzar a ver si de sus sugerencias surge algo bello. Espiritualidad, poder, silencio, educación y meditación. Cinco palabras evocadoras, que pueden velar y también revelar, porque la palabra, como el símbolo, tiene esta doble naturaleza. Si Dios quiere.

ESPIRITUALIDAD
Mucha gente habla de espiritualidad hoy en día. Pero a la vez no es fácil definirla. Podríamos hablar de ella como la capacidad de saborear lo absoluto; la disposición para ver lo eterno en los sucesos del tiempo; para ver en el agua que fluye, el manantial del que procede; para intuir el destino en los hechos que parecen azarosos, para captar en el dolor la misericordia de Dios, para ver en la Creación al creador, y en la materia el espíritu. Para extraer el sentido de lo que nos sucede. La espiritualidad es la conciencia de coincidencia de los contrarios, y la persona espiritual es aquella cuyo corazón se siente en paz con la paradoja porque la ha trascendido, ha saboreado la unidad y su vida es peregrinación hacia el Amor, con mayúsculas.

Solo por lo espiritual merece realmente la pena vivir. Solo para ponerse al servicio de esta aventura.

PODER
Parece que hoy en día nos cuesta hablar del poder cuando estamos inmersos en un camino espiritual. Asociamos el poder con lo mundano, y lo rechazamos. El poder es visto casi siempre como negativo. ¿Por qué?

La Modernidad nace con la ruptura del principio de autoridad que significó la Revolución Francesa. Cuando estudié Historia, mi objetivo fundamental era desentrañar el significado de esta época. Un día lo comprendí. El acto simbólico con el que nació la Modernidad fue el aguillotinamiento del rey francés, Luis XVI, y su esposa María Antonieta. Cada hecho histórico es también símbolo. Cortar la cabeza al rey significaba desmembrar el cuerpo quitándole su parte más alta e importante, la cabeza; pero a la vez se estaba rompiendo con la noción de jerarquía mundana, con el poder temporal; y aún más. Esto era metáfora de la ruptura con el principio de autoridad divina. No digo yo que no estuviera en el plan de Dios, claro que lo estaba, porque en la voluntad divina también está el hecho de que el ser humano lleve al límite su separación del origen, para hacer lo más elástica posible su condición. Y tampoco quiero decir con esto que los poderosos no se hubieran vuelto hipócritas o tiránicos y que para ellos la caída de la monarquía no fuera también castigo divino. Pero reconozcamos lo que significó la Revolución Francesa en lo más profundo: no otra cosa que dejar de respetar la verticalidad con la que se organiza lo real. Romper con el principio de autoridad estaba anunciando, necesariamente, que íbamos a olvidarnos de Dios, que íbamos, en el fondo, a desautorizar también a los padres y a los profesores.

Y si no se respeta el orden o jerarquía natural de las cosas, acaba triunfando el caos.

El acto violento que funda la Modernidad es también el triunfo del espíritu crítico o el rechazo de la tradición, en aras del sueño progresista. Todo irá mejor mañana. Es decir, los padres no tenemos en el fondo nada bueno que darles a los hijos.

Octavio Paz analizó muy bien la Modernidad en un pequeño ensayo que tituló Los hijos del limo. Decía en él que la Modernidad era la tradición de la ruptura. Nada podía fijarse porque, como el principio fundador era la crítica o la revolución, en cuanto algo se establecía, había que romperlo. Tradición de la destrucción, dijo Octavio Paz. Ningún principio podía venir para quedarse. Nada podía ser estable. Había que desconfiar de todo. De ahí al triunfo del caos y la violencia hay un paso. De ahí al nihilismo y la desorientación, un salto.

Cuando estuvimos el verano pasado en la Alhambra, vimos en sus paredes, una y otra vez, una inscripción en árabe que significa algo así como “No hay victoria sino en Dios”. Los nazaríes sabían que antes o después perderían lo que quedaba de Al-Ándalus. Pero en el reconocimiento de la futura derrota había para ellos una esperanza. En lo político podían ser derrotados, claro que sí. Pero esa derrota no anunciaba una gran Derrota. Recuperemos la palabra poder en positivo. Dios es el que todo lo puede para el creyente. El poder real le pertenece a él, y eso es un signo para la esperanza. Da igual que nos queramos negar a verlo, que corramos mil velos y cambiemos de tema. Da igual. Porque que la victoria en último extremo pertenece a Dios no quiere decir otra cosa que a pesar de todo engaño o autoengaño, la verdad vencerá; y no quiere decir otra cosa que a pesar del dolor, el amor vencerá. Y no quiere decir otra cosa que hay un sentido misericordioso detrás de cada hecho que nos causa sufrimiento. Y que la verdad siempre vence nos da una esperanza que llena toda la vida. Y que el mal no triunfará nos llena de alegría. Ese es el verdadero reconocimiento del poder de Dios. Esa es la fe. Ser capaz de colocar cada cosa en su sitio. Darle a cada cosa su lugar.

Y al colocar las cosas en su sitio, podremos reconocernos también como padres sin sentir culpa de serlo y descansar. Vivir a favor de corriente. Caminar hacia esa dicha que no se acaba nunca. En árabe se dice: Luz sobre luz.

SILENCIO
La palabra poder viene acompañada de un complemento del nombre que se liga a él. No es solo del poder de lo que hablamos, sino del “poder del silencio”. Con este sintagma invertimos la concepción que solemos tener del poder. De alguna manera nos hemos acostumbrado a creer que el que tiene el poder es el que habla más alto, o el que dice siempre la última palabra. Ligamos el poder mundano al ruido. Nos parece que el poder es el imperio que toma por la fuerza territorios que no le corresponden. En la Alhambra ese poder se ve muy bien en el enorme palacio lleno de aristas que el emperador Carlos V mandó construir en medio de la delicada y humilde (y armonizada con el agua y la naturaleza) ciudadela granadina. Es curioso que luego el emperador se fuera a morir al Monasterio de Yuste, un lugar pequeño, propicio para la oración, en medio de un paisaje lleno de agua donde todo crece bien, como en los alrededores de Granada, y tan parecido en su condición a la Alhambra.

Sin embargo, el sintagma “poder del silencio” nos anuncia una inversión de esa noción del poder. “Los últimos serán los primeros en el Reino de los Cielos”, dijo Jesús en el Evangelio. El poder del silencio quiere decir el poder del no poder, el poder de quien no quiere ejercerlo, el poder (como la libertad) de quien ha llegado a la estación de la no pretensión. Alcanzar la no pretensión es aliarse con la voluntad divina, y entonces se llega al poder de quien lo ejerce porque tiene el Amor; el poder como servicio; el poder del silencio es de nuevo el poder de la esperanza.

Y vamos al silencio, a secas. Pablo d’Ors habla de silenciamiento, como el fin de la meditación. ¿Qué entienden los sufíes por silenciamiento? Silencio sería el acallamiento del ego, silencio sería, como dice nuestro maestro Mawlana Sheij Nazim, convertirnos en un 0. Él siempre decía que su escuela es una escuela de ceros. Llegar a no ser nada, a no pretender nada, a abajarse completamente para sumergirse en el ser, para ser. Un cero a la izquierda, dice, no sirve efectivamente para nada. Pero un montón de ceros a la derecha del 1, esto es, puestos al servicio de la unidad, conectados con Dios, lo llenan todo de valor. Ese es el punto. Ese es el objetivo.

Silenciarnos para ser. Callarnos para vaciarnos y volvernos copa por la que entre lo divino. Porque a medida que el ego se calla, el corazón se limpia lo suficiente como para volverse espejo de Dios. Templo. Copa para que el Amor y la Verdad viertan en ella su elixir.

El silencio no importa por sí mismo, sino que anuncia otra cosa. El silencio desvela para revelar. Eso es también la humildad, aprender a ocupar, ya lo dijo Santa Teresa, el lugar exacto que nos corresponde en relación a Dios. Todos los profetas han tenido que vaciarse, silenciarse, para acoger la revelación. El profeta Muhammad, por ejemplo, era analfabeto. Analfabeto, huérfano y pobre. Esto es muy interesante. Era analfabeto, estaba silenciado, incapacitado para leer. Y por ello el ángel Gabriel llegó hasta él mientras meditaba y lo primero que le dijo fue: lee. No sabía leer, y gracias a eso pudo hacerlo. Estaba silenciado, y entonces la revelación lo atravesó. Por eso es también más importante aprender que la vida tiene sentido que aprender a leer.

María es otro gran ejemplo. Su útero estaba tan vacío, su receptividad era tal, que la ruh de Allah, el espíritu, fecundó su vientre. Porque estaba vacía, se llenó de la verdad.

La vida de los profetas sigue este camino. En la biografía de los santos se puede ver casi siempre un momento de silenciamiento necesario. Cada uno de una forma, acaban por llegar a una especie de callejón sin salida en sus vidas. La realidad los acorrala completamente. Qué significa eso. Hay una paradojización de su existencia, que amenaza con romperles. Los koan japoneses funcionan así. Conducen a la mente hacia un lugar en la que esta ya no puede operar. La paradoja pliega la existencia y genera una brecha. Y tras el silenciamiento, se unen los contrarios y entonces por la brecha se cuela Dios. Dios es la luz que entra por la brecha que abre la paradoja. Por eso casi siempre las emergencias espirituales se producen después de crisis muy profundas. Una enfermedad, la muerte de un ser querido, una ruptura emocional. Porque cuando no encontramos la salida, somos capaces de enmudecer. Y porque ese enmudecimiento es humildad y es vaciamiento de la copa, condición indispensable para que algo nuevo y verdadero entre en nuestro corazón. En el sufismo se dice que un corazón roto es un corazón abierto.

Vamos con Abraham. Abraham quería un hijo, y Sara no había podido tener hijos y ya era muy mayor para quedar embarazada. El hijo no iba a llegar, pero Dios se lo prometió. Le prometió el hijo, un milagro, en realidad, y Abraham lo creyó y llegó el hijo. Pero entonces Dios pidió su sacrificio. ¿Es que Dios quería que muriera el hjo de Abraham? ¿Esa era su voluntad? No lo era. Dios quería comprobar simplemente si el amor de Abraham por el hijo era mayor que su Amor a Dios. Esto es: si había convertido al hijo en un ídolo o si lo amaba por amor a Dios. Y Abraham superó la prueba y su hijo sobrevivió.

Amar a los hijos por amor a Dios. Esa fue la enseñanza. Y esta historia nos abre a la siguiente palabra.

EDUCACIÓN
Cómo educar para la espiritualidad y cómo educar en el silencio. Cómo se hace.

La educación implica un proceso, un camino, vivir la vida como una aventura hermenéutica, reconocer que el ser humano es un homo viator, un peregrino que ha de hacer un recorrido, con un origen y un destino, y con una misión. El camino de comprender que el poder está en Dios y abrirnos a lo espiritual o conectar nuestro corazón con la unidad. Con los cielos.

Para ello, hemos de hablar de qué es el ser humano. Todos somos, en potencia, divinos o demoníacos. Las dos tendencias laten dentro de nosotros. El niño nace en fitra, en su naturaleza original, esto es, en conciencia del absoluto, sumergido, fundido, disuelto en el mar del ser, en el mar de la unidad. Está puro. Cuando uno deja de ser bebé, empieza la separación o el olvido. Un olvido necesario para formarnos, un olvido que es condición para el recuerdo, como la oscuridad lo es para el reconocimiento de la luz. Uno crece y se va olvidando paulatinamente, a los siete años se le caen los dientes de leche, y a los 12 o 14 se produce el momento de mayor separación, la adolescencia, la rebeldía. Una separación que nos lleva a la madurez, un olvido que debe anunciar un recuerdo. Para que la libertad tome su lugar.

Somos demoníacos o divinos en potencia porque tenemos un ego (que nos separa) y un corazón (que nos lleva a la unidad). El camino sufí es muy claro a este respecto: de lo que se trata es de ayudar a que el ego se acalle para que el corazón se limpie, que el ego enmudezca para que pueda expresarse el corazón.

¿Y cómo se hace eso?

La educación implica una relación. Implica un dos. Hay un profesor y un alumno, unos padres y un hijo, un maestro y un discípulo. Pero la relación implica también un uno, porque el profesor le da la mano al alumno, el padre lleva de la mano al hijo, el maestro al discípulo.

Educar es un trabajo de orfebrería, y de lo que se trata es de equilibrar armónicamente dos principios básicos: la autoridad y el amor. El primero es sobre todo vertical, el segundo horizontal.

La autoridad implica reconocer que cada cosa tiene su sitio y requiere que el padre o el educador hayan llegado a un lugar más profundo (o más elevado) del lugar en el que está el chico. Educar no es enseñar las ecuaciones o el sintagma nominal, sino ser puente a esa realidad más amplia o más bella. Si el adulto no tiene el corazón bien colocado, no le servirá de puente al niño, sino de obstáculo. Porque el niño capta, como dice Sheij Omar Margerit, perfectamente, y para esto da igual su cociente intelectual o si hace en el cole o no los deberes, dónde tiene el padre puesto el corazón.

La clave aquí, obligación para el padre y derecho para el hijo, sería la de que el padre o el educador se comprometan con algo verdadero. Somos ejemplos lo queramos o no; si estamos totalmente perdidos, no tendremos nada bueno que dar. Conozco a muchas personas hoy en día que renuncian a la maternidad-paternidad no por egoísmo, no para viajar más o irse de copas, sino porque saben perfectamente que no tienen nada bueno que darles a sus hijos y la responsabilidad se les vuelve entonces insoportable, una carga demasiado grande. Si hemos puesto el corazón en algo que no lo merece, en algo perecedero, en cosas sin importancia, en el fútbol, las series de televisión, el dinero o el poder, entonces no tendremos nada para dar. Y los hijos solo recibirán veneno.

Así que lo primero para ejercer la autoridad adecuadamente es tener colocado el corazón en su sitio. Llevar una vida lo más ejemplar posible, lo más realista posible, o al menos lo más sincera posible, sabiendo reconocer otros modelos, no ocultando la verdad. ¿Cuál es la señal de una vida ejemplar o verdadera? Una vida verdadera es una vida unificada, donde no hay trampa ni cartón. Hay señales de vidas verdaderas en los profetas, porque conectaron su voluntad con la de los cielos, señales de vidas verdaderas en los santos. Hay flechas amarillas para vivir en la tradición. Incluso si nuestra vida no está bien, podemos apuntar a las vidas de estas otras personas que sí se pusieron al servicio de la verdad y el amor. Yo he conocido una persona unificada viva: mi maestro.

Si llevamos una vida ejemplar, viviremos nuestra posición de autoridad sin culpas, porque habremos colocado cada cosa en su sitio. Y nuestra autoridad danzará con nuestro amor porque hemos saboreado la unidad y sabemos que ambos principios nacen a la vez del mismo sitio. Si el niño es divino o demoníaco en potencia es porque tiene un ego y tiene un corazón. La educación consiste en limitar el ego para que pueda expresarse el corazón; cerrarle con la autoridad las puertas a uno para abrirle con amor la muralla al otro. Es un entrenamiento a vida o muerte. Requiere que el adulto esté siempre atento y entregado a su labor; pide atención casi constante, al menos al principio. Es un trabajo de orfebre, de artesano, porque no puede estar sometido a teorías. La teoría es ideología, y no deja que se cuele lo real. Cada situación concreta requiere una decisión concreta, y quien ha saboreado la unidad sabrá verla.

Esto es a la vez metáfora de dos cualidades de lo divino: tenemos que equilibrar la conciencia de la justicia de Dios con la de su misericordia. Pedir perdón por temor a él y llenarnos de la esperanza que implica su amor. Sentirnos culpables, responsables, y a la vez inocentes, completamente libres. Y transmitirles eso a los niños.

El amor y la autoridad son indisociables. Si la autoridad no nace del amor, agrederemos a nuestros hijos. Si hay amor sin autoridad, no hay verdadero amor, porque estaremos haciéndoles un mal, así que también será agresión. Una educación en la que se le dice al ego del niño siempre que sí es agresión.

Aunque lo primero es el amor. Por eso el Corán se resume en Bismillah irrahman irrahim, o el reconocimiento de la Misericordia y la Compasión de Dios en el origen de todas las cosas.

¿Y qué es amor de calidad? ¿Qué es amar realmente a los hijos? ¿Cómo ejerceremos la responsabilidad precisa? El amor de verdad implica a la vez apego (sobre todo al principio) y desapego (sobre todo cuando crecen). Implica generosidad. Implica abrazarlos cuando es necesario para luego dejarlos ir, desvincularnos de su destino, reconocer su individualidad, quererlos por amor a Dios. Liberarlos de nuestros propios nudos psicogenealógicos. Amarlos de verdad es mirarlos de verdad, profundamente, sin pretensiones. Amarlos de verdad es en realidad superar la prueba que tuvo Abraham.

Hoy en día la gente se cree libre. Pero está presa de la posición que la familia, la psicogenealogía, le asignó, o de sus instintos más animales. Es paradójico, pero es así: liberarse de la psicogenealogía requiere de una tradición que trasciende la familia porque limita sus errores. El padre y la madre que amen de verdad, educarán a los hijos en la transmisión de una tradición, ese es un tesoro. Entonces el padre y la madre se vuelven regalo.

Y MEDITACIÓN
Cómo accedemos al silencio y lo espiritual. Qué técnicas podemos emplear para educar en lo espiritual.

La cotidianidad completa puede ser meditación o motivo de dispersión. La clave es tener una vida unificada, o estar en el camino de unificarla. Yo busqué el ejemplo de una persona que vivía de verdad y estaba conectada además, en una cadena sagrada, con el profeta Muhammad. Por así decirlo, una persona capaz de vivificar la tradición, de ver el silencio en la palabra, de superar todo formalismo o literalismo. También me gusta contarles a mis hijos relatos de profetas, historias de los Libros Sagrados, que les lleven a ejemplos de vidas de verdad.

En cuanto a técnicas más concretas, son necesarias en la medida en que los niños empiezan a olvidar. Cuando son pequeños y aún bastante inconscientes, no se les puede poner a rezar o meditar. Yo he visto en Chipre lo que hacen con los niños. Cuando se acercan al lugar de la oración o al maqam, tumba, de nuestro maestro, la hija de Mawlana les regala caramelos. Es una manera bonita y ajustada a sus edades de que guarden un recuerdo dulce del lugar donde se reza y su corazón se predisponga naturalmente a la oración cuando empiecen a olvidar.

La oración o meditación se hacen necesarias en la medida en que se olvida, en la medida en que se vuelve necesario el recuerdo. En la medida en que perdemos nuestra naturaleza original o en que empezamos a compartimentar nuestros tiempos y nuestros espacios.

Por lo demás, hemos de vivir con naturalidad lo espiritual con ellos. A veces les pongo a mis hijos música de dikr o canciones hermosas y se ponen a girar espontáneamente, como pequeños derviches, porque para ellos es un juego. Una meditación en el silencio es complicada en niños pequeños, pero sí se puede mitigar la presencia de ruido en sus vidas, limitar el tiempo delante de las pantallas, acercarlos a la naturaleza que es la gran metáfora, abrazar el aburrimiento, enseñarles la generosidad, escucharlos de verdad y hablarles sinceramente.

Hay una práctica que me parece muy realista para niños: el camino de Santiago. La peregrinación es accesible, se relaciona fácilmente con el punto en el que están, es dinámica, física y divertida. Y les enseña una metáfora de la vida, porque les ancla al presente y les da a la vez un destino, siempre trascendente. Les enseña una dirección (la flecha amarilla es una tradición) y así les limita el ego y a la vez les libera de perder tiempo buscando hacia dónde, lo que les abre a sí. Les enseña el valor del esfuerzo, y les da realismo porque aprenden lo que significa cubrir a pie un kilómetro. Les ayuda a enraizarse (por poner los pies en el suelo) para poder subir hacia el cielo. Les entrena el cuerpo para conectarlos con el espíritu, les afianza en el encuentro de lo importante por mostrarles una vía con claridad y sencillez. Les abre puertas, les proporciona la posibilidad de unir contrarios participando en una especie de aventura épica.

Y poco más. La danza de las cinco palabras (espiritualidad, poder, silencio, educación, meditación) está llegando a su fin. Ojalá haya sido expresada con sinceridad suficiente como para que el silencio final deje alguna huella. Gracias.

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2 respuestas a Foro de espiritualidad de Vigo. El poder del silencio. Educación y meditación.

  1. Fali dijo:

    Como siempre impecable. Nos emocionas. Te queremos

  2. maralmadia dijo:

    Y nosotros, Fali. Gracias por todo!!!

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