Más allá de la vida

Volví al cine inocente, pura, entregada a la historia de la pantalla y con el rabillo del alma puesto en Abraham. Ya no volveré, si Dios quiere, a ver una película tranquila.

Sé que Eastwood cuenta hondamente la vida y Shihabuddín y yo nos dejamos seducir por la promesa de su visión de la muerte. Pero la película salió perdiendo al reflejarla en mi corazón. Insinuaba un más allá insípido y mi corazón quedaba anhelante. Como si le correspondiera otra cosa.

Conozco a alguien que estuvo al borde de la muerte y regresó. Siempre recuerda que felizmente se hubiera quedado siempre en esa paz. Yo no sé qué hay al otro lado, aunque tengo fe en la positividad de lo real y, si es así, esta vida no ha sido creada para nada. Fue un científico quien dijo que Dios no juega a los dados. A mi corazón el sentido le calma. El sentido le corresponde, lo colma y le hace rebosar. Florece con él, sonríe entero.

En la película un niño busca contactar con su hermano gemelo muerto. Mi alma pregunta por el alma de Mumtás. Quienes creen dicen que va a entrar puro al Paraíso y nos esperará en la puerta. Quienes no, lo lloran. Yo lloro aún que a Abraham le falte su compañero de útero, lloro haberme tenido que despedir de él así, cuando podríamos haber sido una feliz familia de cuatro. Pero no lloro a Mumtás. No sé por qué sé que él está bien. No sé por qué imagino calidez y belleza infinitas al otro lado. No sé por qué atisbo una comunicación sutil con los seres queridos que se nos van, una incorporación de ellos a nuestras células, su disolución en un mar de amor que rumorea en nuestros oídos cuando dormimos.

Enterramos a Mumtás y su tumba se volvió un trocito de mi hogar. Un hogar más profundo aún que mi casa y que mi alma de esta vida, mi alma más la vida, mi yo y mis circunstancias. No lo lloro a él cuando lloro, me lloro a mí. Es aquí donde tengo miedo, es Abraham quien me obsesiona. es en la vida donde me tambaleo.

Sólo Dios sabe por qué se fue. Mi imaginación no teje el tapiz. La realidad se impone.